Esta es la historia de una mujer que no se atreve a abrir su propia consulta de sanación. Dice que ni puede visualizarlo. “Sabe” que no vendrá nadie a su consulta. Se siente una impostora. No hay manera a que se arriesgue a dar el paso de independizarse y ponerse por su cuenta. “Es más fuerte que yo, de solo pensarlo me duele la barriga”.
Luego de una breve conversación, acordamos tratar el tema con la terapia de regresiones, basándonos en su baja autoestima.
Empezamos a trabajar buscando los condicionantes que la inmovilizaban, tanto en esta vida como en vidas pasadas.
Luego de descubrir varios patrones de pensamiento que no le favorecían en nada, en una de las sesiones, llegamos al punto clave y más importante de su problema. A partir de entonces, los nudos se desataron, y todo comenzó a fluir en su vida. Comparto con vosotros la regresión, por si puede ayudar a alguien que esté pasando por algo parecido.
Está en forma de narrativa resumida para que sea más fácil de leer.
Una joven en la época medieval, cuidaba y educaba a un niño mientras su padre estaba ausente por la guerra. Ambos vivían en un castillo fortificado, se tenían el uno al otro y se querían muchísimo. El niño, era como un ángel para ella: bondadoso, respetuoso, y cariñoso. La muchacha, que era muy creyente, tenía un solo libro propio, una biblia, y pasaba las tardes leyéndosela. Había poca gente en el castillo (por la guerra, supone), así que la joven se encargaba de casi todas las tareas, como cocinar y a la vez también, de matar las ratas que se colaban dentro de la casa. La joven, con toda su buena intención, colocaba un veneno de color blanco (arsénico ¿?) escondido por la cocina, entre los cacharros, ya que era lógico que las ratas husmearan por allí. (Hasta aquí, una vida muy común para aquella época)
Todo cambia, cuando el niño, ya con casi 10 años, empieza a sentirse mal. Se descompone y vomita un líquido blanco. Ella, arrodillada en el suelo y abrazada a él, desesperada, le grita a Dios que ayude al niño, grita que él es un ser puro, que lo salve, que no muera, pues no se lo merece, que se la lleve a ella en su lugar. (Se percata de que el niño ha entrado en la cocina a por agua seguramente, y ha cogido un cacharro contaminado con el veneno sin lavarlo antes). El niño muere en sus brazos. Y ella se queda aturdida. Sabe que fue por su culpa, pues ella colocó el veneno… Y ahora el niño está muerto. Ella solo quiere morirse. Quiere que los soldados del padre la arresten, la juzguen y la maten. Pero no lo hacen porque, al parecer, no quedan soldados, y el padre podría estar muerto en la batalla también. No queda nadie, el castillo se ve vacío. Así que sale de la fortificación y camina sin parar con el fin de encontrarse con alguien que la castigue; que la capture y la mate… Con los tiempos que corren, eso sería lo más normal. Pero para su desdicha, no encuentra a nadie, y llega hasta un acantilado. Allí, despierta de la ensoñación, y decide matarse tirándose al vacío. Pero no se atreve. Su creencia en Dios la domina. Sabe que suicidarse está mal. Y si va al infierno, no verá al niño nunca más. Así que se pone furiosa, porque no tiene escapatoria. Levanta el puño hacia el cielo, y comienza a maldecir: “reniego de Ti, a partir de hoy todo lo que haga será para joder a tu estúpida creación, prepárate embustero, porque desde aquí abajo te lo voy a arruinar todo”.
(Hasta aquí, se podría deducir, que lleva la culpa de sentirse responsable por muerte de su protegido. Y si bien, por un lado, es así, en aquel acantilado y a través de sus maldiciones, la logra trasmutar en rabia, hacia Dios.)
Pasa sus años viviendo como bruja/curandera en una choza, lejos de todo, en soledad. No sabe nada, todo se lo inventa. Engaña a la gente cobrando por hierbas y preparados con el fin de divertirse. No sabe curar nada, es una timadora y le encanta ver a los incautos, sufrir y pagar por ello. Nada queda ya de aquella muchacha, solo una vieja odiosa y rabiosa, que es feliz creyendo que arruina la obra de Dios.
Hasta que un día, todo cambia.
Llama a la puerta una muchacha joven, con su hijo en brazos. Es un bebé precioso de menos de un año, y está muy enfermo. La joven le dice que está desesperada, ama a su hijo con todo el corazón, y ha venido desde muy lejos, para que lo cure, para que ella lo salve. Ya no le queda tiempo, pues en el trayecto el bebé ha comenzado a respirar con dificultad…
La vieja siente un fuerte dolor en el pecho. Vuelve a recordar la impotencia, el sentimiento de tener un niño en brazos, rogando ayuda por salvar su vida.
Se acerca titubeante al bebé, no se atreve a decir nada, ya no finge… ahora está en la piel de la madre que sigue llorando. Mira con arrepentimiento a los ojos del bebé, y ve dentro de ellos un destello dorado que la ciega… Rompe a llorar desconsoladamente, sabe que Dios la ha venido a buscar, para que despierte … Y esa muchacha, ha trastocado su propia vida entera para que eso sea posible. La bruja se pregunta el porqué, si ella es tan miserable, se han tomado semejante molestia. La respuesta le duele aún todavía más: por Amor. No eres miserable (nadie lo es), por el dolor de la pérdida has estado actuando a través de la rabia. Pero hoy venimos a rescatarte.
La bruja, luego de eso, ya no se recupera. Solo se culpa. Repite para sí misma “Perdóname, Señor, porque soy un fraude”, hasta el día de su muerte.
Para esta mujer, los personajes de la regresión fueron muy reveladores. Tanto el niño como la muchacha son miembros importantes de su vida actual.
El niño muerto en el castillo, en esta vida es un amigo que siempre le ha generado mucho sentimiento de culpa, y sobre protección. “Por fin, ahora que sé de donde viene, me siento libre”, dice.
Y la joven madre, en esta vida, es una mujer de su familia, que la mira —según ella— con ojos de condena. “Y ahora sé el porqué: si sacrificó una vida por mí, quiere que al menos haya valido la pena. Y también sé cuánto me ama, aunque ella no se dé cuenta aún.”
“Y el bebé enfermo… es Luz Dorada. Nació para morir y salvarme.”
Terapéuticamente, ya ha salido a la luz la creencia limitante: “soy un fraude”. Este es el motivo por el cual, seguía estudiando y formándose, pero sin abrir una consulta. Solo quedará visitar las vidas en las cuales, ha contribuido de buena manera, y descubra dentro suyo, dones y virtudes que esperan ser rescatados.
Esta regresión nos enseña: No venimos solos a este proyecto de vida humana. Tenemos un grupo de pertenencia. Para el Alma, sacrificar una vida por el bien de otra, no le supone ningún inconveniente. Al contrario, hace lo que sea por el bien del grupo, no deja que ningún miembro se quede atrás. Y esto lo hace desde el más puro Amor.
Lástima que al encarnar, lo olvidemos.
¡Feliz semana!
2 respuestas
Asombrosa historia y los descubrimientos de esta regresión Natalia, gracias por compartirla!
Gracias Ana, me alegra que te haya gustado.
Un abrazo